El 27 de noviembre cumplirá 81 años. Tres días antes organizara su carrera: la carrera de Canillejas. José Cano siempre dice que será la última para él, pero nunca es la última.
Tiene 80 años y todavía sigue organizando la carrera de Canillejas, llamando al teléfono fijo de las empresas y hasta repartiendo folletos de publicidad los domingos por la mañana. Nada ha cambiado. Desde 1980 es así para José Cano. Son 44 ediciones ya. Se dice pronto. Pero es así.
Detrás de él se esconde un superviviente en toda regla tras superar un ictus, un cáncer, los mil y un dolores que soporta cada día y esa prótesis de rodilla que le impide agacharse pero no decir lo que piensa. Quizás por eso aguanta tantos años y no tiene miedo a nada. Ni siquiera a que le digan que no.
En un barrio humilde de Madrid, su carrera vio ganar a campeones olímpicos y regaló hasta coches último modelo. Pero hoy sólo sobrevive por el orgullo de no darse por vencida. El 24 de noviembre celebrará su 44ª edición. Seguramente, ese día a José Cano le subirá la fiebre o se dará un golpe en la clavícula al salir de la ducha para justificar su ausencia a última hora.
A nadie le sorprenderá. El día de la carrera casi siempre le pasa algo. Los nervios lo traicionan de mala manera. La posibilidad de ver una valla mal colocada o de que algo no salga bien le aterra por dentro y por fuera. No lo puede resistir.
Su manera de defenderse es aislarse porque el resto de días del año muere por la carrera de Canillejas. Una demostración pura de amor, innegociable después de tantos años. Pero esta es su carrera, la misma carrera que todavía le permite decir, nostálgico de un tiempo que ya no existe, que “correr en Canillejas es como jugar en el Bernabéu”.
En realidad, la carrera de Canillejas lo fue todo en los años ochenta y noventa. Fue la pionera. Fue hasta portada del diario Marca y catapultó a José Cano de despachar aspirinas como auxiliar de farmacia a puestos públicos de responsabilidad.
En su álbum de recuerdos hay fotografías con líderes políticos y deportivos que lo trataban como uno más. Todo eso nos recuerda hoy que fue un hombre hecho a sí mismo, sin títulos académicos pero licenciado en la universidad de la calle, donde existe consuelo y ascensor.
Su caja fuerte está en la memoria incapaz de olvidar aquel día en el que Abascal, medallista olímpico de 1.500 en Los Ángeles, y Juan Mora, periodista de El País, le contaron que “cuando fueron a Kenia lo primero que les llamó la atención, al entrar en el interior de una cabaña, fue ver un trofeo de la carrera de Canillejas”.
Sin embargo, hoy Canillejas ya sólo es una carrera de barrio, desplazada por las multitudinarias que se organizan en el centro de Madrid. La diferencia es que Canillejas no se rinde. De ahí el valor de este hombre, capaz de regatear todos los obstáculos posibles con tal de regresar al pasado y a todos esos nombres de Domingos Castro, Steve Jones o Mike McLeod que aún viven en su cabeza.
Son los peligros de envejecer. A veces, la nostalgia, puesta en la boca de las personas mayores, es como una agencia de viajes. Y una de sus principales franquicias en el mundo la tiene José Cano, que no se da por vencido ni debajo del agua. Así que todavía hay algo que le hace único e irremplazable en el mundo. Quizás porque más vale morir de pie que vivir arrodillado.
Gran tipo y una de las mejores carreras que se pueden disputar en Madrid, la única que mantiene la esencia del puro ateltismo popular 🙌🏻
¡Qué nunca nos falte el Trofeo José Cano!