No voy a vender épica barata. Esto no es el anuncio de un gel con sabor a piña, ni una charla TED sobre “sal de tu zona de confort” (la zona de confort, en mi caso, ha sido literalmente el sofá durante unos buenos meses).
Esto va de algo mucho más sencillo y, por eso mismo, más bestia: volver a correr y notar que el cuerpo vuelve a responder.
Después de una temporada luchada (y sobre todo disfrutada gracias al club de running BCTEAM), y después de que me haya tocado pasar por la experiencia de convivir con arritmias durante los meses de verano -con el parón correspondiente- llega una salvadora operación de ablación en septiembre, con sus dos buenos meses de recuperación y sobre todo ese eterno intento de regreso al entrenamiento con más problemas musculares que ilusión… hasta que al final llega un día, el día.
Un día normal, sin power-songs, ni grandes titulares en Strava, y sin que el COROS te aplauda, más bien al revés. Pero ese día sales a rodar por los tres turons y, de repente, pasa.
No hablo de correr rápido (la forma llegará con suerte al cabo de meses). Hablo de correr sin dolor. De correr y que la máquina no proteste. Y ahí aparece esa sensación que a veces suena a mito urbano de revista de runners: el runner’s high.
Ese subidón raro, esa alegría fisiológica, ese “hostia, que esto ya empieza a funcionar”.
Se suele decir que es pura adrenalina. A veces lo es, pero yo creo que no es sólo eso. El runner’s high para mi es más bien una mezcla de química y contexto: tu cuerpo ajusta piezas, tu cerebro se premia por el esfuerzo y, si vienes de una época de parón, el contraste lo amplifica todo.
En mi caso: corro, el cuerpo entiende que estoy haciendo algo más serio que el puro arrastre con dolor, y activa un cóctel de bienestar.
Endorfinas, sí. También endocannabinoides (que suena a droga de festival) y otros mecanismos que bajan la percepción del dolor y elevan el ánimo. El resultado es ese estado en el que piensas:
“No estoy fino, pero estoy vivo.”
Y eso, cuando llevas -como en mi caso- meses de “¿podré volver?”, es pura dinamita emocional.
Cuando estás en forma, el runner’s high para mi es un extra. Un bonus. Un ‘postre emocional’ que me tomo después de un gran entreno (en la última planificación del Maratón de Barcelona con el BCTEAM recuerdo perfectamente uno de esos con un amigo que hacía tiempo con el que no corría).
Pero cuando vuelves después de un parón largo (y más si el parón viene con susto gordo médico), el runner’s high para mi es otra cosa: es una confirmación.
Porque -en mi caso- ya no se trata de mejorar marca ni de posturear kilómetros en Strava. Se trata de que el cuerpo me dé permiso y de que el miedo empiece a perder volumen. De que el “a ver si hoy puedo…” se convierta en “he podido”.
Para mí, volver a correr ha sido un proceso con etapas muy poco instagramables:
Hasta que un día todo encaja lo suficiente para que aparezca el subidón.
El runner’s high post-parón tiene un matiz: no suele aparecer cuando vuelves a entrenar o a correr a gas ya desde el principio. Aparece cuando consigues un ritmo de entrenamiento adecuado, un esfuerzo controlado… y el cuerpo y la cabeza te dice: “Ok, esto sí lo puedo hacer”.
Reflexionando estos días he llegado a la conclusión que el runner’s high no es tanto “estoy fuerte” como:
Es una paz rara. Una euforia calmada. Un “me da igual el ritmo” (de momento).
Aquí viene la parte incómoda: volver en baja forma podría doler al ego.
Mala idea si te comparas con tu yo de hace un año, de hace cinco, de antes del parón… ya que probablemente perderás siempre. Si lo piensas bien es un deporte absurdo: competir contra una versión de ti que no está en la misma línea de salida.
En mi opinión la baja forma trae una ventaja inesperada: te obliga a escuchar el cuerpo. Y cuando el cuerpo vuelve a hablarte en un idioma que no es dolor, sino sensaciones… ho me emociono. Así, sin más.
Del runner’s high no tienes que sacar esta conclusión: “vas a correr como antes en un mes”, si no: “Vas a poder volver.” Y yo, con eso, ya corro el camino de vuelta a casa sonriendo.
Después de problemas en el corazón, el regreso no es sólo físico. También hay que entrenar al cerebro, y aprender a confiar otra vez en que todo está bien.
El ‘miedo’ se me ha presentado de formas curiosas:
Por eso el runner’s high, en mi contexto ha tenido un valor especial: ha sido un mensaje directo de mi sistema nervioso diciéndome “relaja man, estamos bien”.
No es que desaparezca el miedo. Es que deja de mandar.
No creo que haya una fórmula mágica. Pero en base a mi experiencia en “volver a correr después de un buen parón” y la charla con uno de nuestros entrenadores de running del club sí que creo que hay condiciones que ayudan:
Creo que al final, el runner’s high post-parón no va sólo de química cerebral. Va de identidad. De recuperar una parte vital de ti que había quedado en pausa.
Porque puedes estar fuera de forma. Puedes ir lento. Puedes necesitar meses para sentirte “tú”. Pero si sales, corres, vuelves y piensas “mañana repito sin problema”… eso para mi ya es un buen subidón.
No es adrenalina. No es épica. Es algo mejor:
Es normalidad recuperada. Y cuando has estado tiempo sin ella, la normalidad sabe a pura victoria.