Durante años hemos pensado que cambiar el azúcar por edulcorantes era un gesto saludable. La promesa era clara: menos calorías, menos riesgo de diabetes y, en definitiva, una alternativa más “amigable” para el organismo. Sin embargo, la ciencia empieza a poner matices a esa idea. Un estudio publicado en la revista Neurology advierte de que abusar de los edulcorantes artificiales podría estar relacionado con un deterioro cognitivo más rápido, algo que abre un debate incómodo sobre cómo estamos sustituyendo el azúcar en nuestra dieta.
Entre los edulcorantes sintéticos, los más comunes son la sacarina, el aspartamo, el acesulfamo K, el ciclamato, el sorbitol y el manitol. En cuanto a los de origen natural, destacan la stevia y el xilitol.
Lo que dice la investigación
El trabajo se basó en una amplia base de datos con 12.700 adultos, aunque el foco se puso en unas 5.000 personas de entre 55 y 72 años, a las que se siguió durante ocho años. Durante ese tiempo, los participantes registraron su alimentación y se sometieron a pruebas periódicas para medir su agilidad mental y el deterioro cognitivo.
Los resultados fueron claros: quienes consumían más edulcorantes presentaban un declive más acelerado de sus capacidades cognitivas y de memoria. La diferencia equivale a 1,6 años extra de envejecimiento cerebral en comparación con quienes apenas recurrían a ellos.
Tal como apunta El País, existían estudios que relacionaban los edulcorantes con diabetes, problemas cardiovasculares o depresión, pero hasta ahora se sabía poco de sus efectos sobre la mente.
Entre la sospecha y la prudencia
Según a misma fuente, no todos los expertos están convencidos. El neurólogo Guillermo García Ribas, del Hospital Ramón y Cajal, cuestiona la base de datos, la edad de los pacientes y la amplitud con la que se definieron los grupos de consumo. En su opinión, el estudio apunta una dirección interesante, pero no prueba que los edulcorantes sean los responsables directos del deterioro cognitivo: podrían ser simplemente un reflejo del consumo de alimentos ultraprocesados, señalados desde hace tiempo como un factor de riesgo.
Otros especialistas recuerdan una máxima básica de la investigación: correlación no es causalidad. El estudio abre una puerta, pero queda mucho camino por recorrer para demostrar esa relación de forma concluyente.
¿Qué mecanismos podrían estar detrás?
Lo cieerto es que hay motivos para sospechar. Primero, porque el estudio encontró asociaciones con varios edulcorantes individuales, no solo con mezclas industriales. Y segundo, porque existen hipótesis biológicas que respaldan esta posibilidad: experimentos en animales muestran que los edulcorantes pueden favorecer procesos como la neuroinflamación, la neurodegeneración o la alteración del eje intestino-cerebro. Todo ello podría acabar afectando a la memoria y la agilidad mental.
Entre el azúcar y su sustituto: ¿qué elegimos?
Lo paradójico es que tampoco el azúcar sale bien parado en esta historia. El consumo excesivo está sobradamente relacionado con obesidad, diabetes tipo 2, enfermedades cardiovasculares e incluso demencia. En España, se calcula que tomamos casi el triple del máximo recomendado por la OMS.
En este contexto, los edulcorantes parecían la solución fácil. Pero cada vez hay más señales de que su consumo habitual tampoco es inocuo. En 2023, la Organización Mundial de la Salud desaconsejó su uso como estrategia para perder peso o prevenir enfermedades crónicas. Lo que no estaba tan claro —hasta estudios como el actual— era su posible impacto en la salud cerebral.