Para mí, Juan Carlos de la Ossa siempre será el mejor atleta de cross de nuestra generación. No tuvo la fama de sus predecesores (Mariano Haro, Antonio Prieto…,), pero fue una cosa colosal.
Juan Carlos de la Ossa es hoy un hombre de 47 años. Vive en su pueblo en Tarancón. A 80 kilómetros de Madrid. Allí entrena a atletas y es feliz. Hace unos años presentó su biografía: ‘Volar en el barro’. Fue el postre para su excelente carrera deportiva.
En otoño, cuando llega el cross, siempre nos acordamos de De la Ossa y de sus maravillosos años. Lo llamábamos Tete. Y Tete, como dice el título de su biografía, volaba en el barro. Fue tres veces subcampeón de Europa de cross (2003, 2004 y 2006). Solo le impidió ganar Lebid, que era un fuera de serie.
Pero el currículum de Tete es una pieza para coleccionistas. Para mí, ha sido el mejor atleta de cross de nuestra generación. Ayer le preguntaba a Antonio Serrano, que fue su entrenador, si estaba de acuerdo conmigo.
-No me gusta eso del mejor -contestó-, yo me inclino por decir de una década.. y ahí sí cuadra Tete pues fue cinco años seguidos campeón de España y medallista en Europeos de cross y entre los mejores blancos en los Mundiales.
El caso es que hoy quería recordar a Tete de la Ossa, que lleva catorce años retirado. Como escribí una vez de él, sólo le faltó propaganda, el beso de una bella azafata en el podio o un ático en Nueva York.
De la Ossa descubrió a tiempo que tenía esa facilidad para correr que no merecía la pena desaprovechar. El resto lo refleja su fotografía que lo explica tal y como es, sin miedo, camina o revienta, como si fuese la película de ‘El Lute’. Las huellas de esa España profunda, de esa dureza en la que se alojaba esa fábrica de embutidos en la que De la Ossa empezó a trabajar de adolescente en Tarancón. No era un trabajo intelectual ni destinado para jubilarse a los 67 años. Él descargaba camiones y no se arrepentía para ayudar a su padre que se quedó prematuramente en paro.
Pero en medio de la rutina, De la Ossa encontró la magia corriendo y desarrollando virtudes que no estaban al alcance de los demás. Arriesgó y marchó.
Al llegar a Madrid se alojó en una habitación en un piso compartido en el Alto de Extremadura próximo a la Casa de Campo. Llegó con la bolsa de deportes y los ahorros justos. Una timidez en el rostro que contrastaba con su dureza corriendo. La primera vez que Antonio Serrano le ordenó hacer un fartlek acabó mareado.
Pero lejos de decir ‘yo esto lo dejo, me vuelvo al pueblo’ preguntó qué es lo que tocaba hacer al día siguiente. Pero es que daba gusto verle correr sin protestar. Hay un día grabado a fuego en la historia de la pista del INEF en el que hizo con 1’30” de recuperación un 2.000, un 3.000 y un 4.000 en 5’25”, 8’10” y 10’50”.
A las dos semanas realizó su marca personal en 10 kilómetros (27’27″80) con esa naturalidad que no se podía explicar de ninguna manera: formaba parte de su libro de instrucciones en el que todo parecía tan sencillo.
Chema Martínez siempre decía de él: “Me cuesta memorizar el día en el que De la Ossa no haya completado un entrenamiento”. Pero es que Tete era así. Lo que hemos dicho antes. Le bastaba con encender el piloto automático. Sólo le faltaba final como en aquel Europeo de Goteborg del 2006 en el que era claramente el más fuerte.
Pero entonces no supo romper la carrera a tiempo e impedir que el alemán Jan Fitscher, con un último 1.000 en 2’29”, y Chema, con 2’31”, le quitasen las medallas de oro y plata. Nadie imaginaba que fuese a ser su última oportunidad. Ni siquiera él, que ya empezaba a arrastrar dolores en la cadera y que para compensarlos se repetía a sí mismo en carrera: “No pienses, Tete, no pienses”.
Era su obra maestra y la de su entrenador, que le convenció de que él era de los pocos atletas del mundo que podía competir al máximo nivel con “algún piloto encendido” como recordó en la presentación de su libro en Tarancón.
Pero ya era difícil como sufrió en su única experiencia en el maratón, en Londres, en la que tuvo que retirarse en el kilómetro 31, y se quedó perdido en una estación de Metro sin saber el idioma…
Su pacto con el maratón fue imposible y el caso es que tenía condiciones. Pero desde 2008 cuando corrió infiltrado en los Juegos Olímpicos de Pekín no hubo manera de que pudiese enlazar un mes de entrenamiento sin dolores. Nunca más volvió a ser como antes. Cuando no era el sacro era el tendón de aquiles y sino el nervio ciático. No hubo manera.
Fue hasta a Finlandia donde le operó Sakari Orava, al que entonces llamaban ‘el doctor House’ del deporte. Pero tampoco se encontró solución y la magia de Juan Carlos De la Ossa se acabó para siempre porque “un final feliz depende de dónde pares tu historia”.