Todos hemos oído hablar del famoso runner’s high, ese subidón de bienestar que sentimos al correr. Esa mezcla de euforia, calma y satisfacción que muchos describen casi como una adicción. Y es lógico: si correr fuera solo dolor y esfuerzo, nadie lo haría por gusto. Esa sensación placentera es, en realidad, una de las principales razones por las que seguimos corriendo.
Pero… ¿por qué nosotros experimentamos ese bienestar y, por ejemplo, un hurón —que también es mamífero— no?
Un estudio publicado en el Journal of Experimental Biology analizó precisamente este fenómeno. Investigadores midieron los niveles de endocanabinoides —las sustancias que el cuerpo produce durante el ejercicio y que generan esa sensación de “buen rollo”— en humanos, perros y hurones después de correr.
Los resultados fueron claros: tanto humanos como perros mostraron un aumento significativo de endocanabinoides tras la carrera, mientras que en los hurones los niveles apenas cambiaron.
Estos hallazgos han llevado a los antropólogos a una conclusión fascinante: esa sensación de placer al correr podría haber sido un mecanismo evolutivo que impulsó a los seres humanos a convertirse en corredores de larga distancia, algo esencial para cazar y sobrevivir en el pasado. El hurón, en cambio, nunca necesitó recorrer grandes distancias para sobrevivir, así que su cuerpo no desarrolló esa recompensa química.
De hecho, nuestro cuerpo está lleno de adaptaciones que favorecen la carrera: desde los músculos del cuello que estabilizan la cabeza al correr, hasta los dedos de los pies cortos que mejoran el equilibrio. En total, se han identificado hasta 24 ventajas evolutivas que nos hacen corredores natos.
Gran parte de esta información proviene del trabajo de Dennis Bramble y Daniel Lieberman, publicado en Nature (2004), donde explican por qué los humanos evolucionamos para correr largas distancias, mientras otros primates no.
Los humanos desarrollamos músculos fuertes en el cuello (como el sternocleidomastoideus) que estabilizan la cabeza al correr y evitan el balanceo excesivo.
Permiten mantener la vista fija al frente incluso con el movimiento rítmico del cuerpo.
A diferencia de los simios, nuestros hombros no están fijos al cuello, lo que permite balancear los brazos libremente para compensar el movimiento de las piernas.
El balanceo de los brazos reduce el giro del tronco y mejora la eficiencia en cada zancada.
La forma del tórax humano permite una respiración independiente del movimiento del cuerpo, algo esencial para mantener un ritmo de carrera constante.
Podemos respirar a un ritmo distinto del paso (respiración desacoplada), algo que otros mamíferos corredores no controlan igual de bien.
La forma en “S” de la columna ayuda a absorber impactos y a mantener la postura erguida durante la carrera.
Facilita la rotación contraria entre tronco y caderas, estabilizando el cuerpo y mejorando la eficiencia.
El gluteus maximus humano es mucho más desarrollado que en otros primates y actúa como un estabilizador clave al correr.
Brindan soporte y equilibrio durante el movimiento, evitando lesiones por torsión.
Aumentan la longitud de zancada y mejoran la eficiencia energética al correr largas distancias.
Un potente “muelle” que almacena y libera energía elástica, reduciendo el esfuerzo muscular en cada paso.
Actúan como amortiguadores naturales, absorbiendo el impacto del pie contra el suelo.
Reducen el peso distal y el gasto energético en cada impulso.
Permite un apoyo estable al inicio de cada zancada, distribuyendo mejor la carga del impacto.
Facilita la disipación del calor y evita el sobrecalentamiento durante la carrera.
Permiten la transpiración y la regulación térmica más eficiente del reino animal.
Mejoran la ventilación y el intercambio de calor y humedad durante el ejercicio prolongado.
Un corazón y pulmones relativamente grandes, adaptados a esfuerzos prolongados de resistencia.
Fuentes de energía sostenida para carreras largas sin necesidad de parar a alimentarse constantemente.
Vasos sanguíneos especializados enfrían el cerebro, protegiéndolo del sobrecalentamiento durante el esfuerzo.
Permite mantener el equilibrio y la cadencia precisa incluso en terrenos irregulares.
Correr largas distancias requiere estrategia, autocontrol y motivación, habilidades que también favorecieron nuestra evolución social.
La liberación de endorfinas y endocanabinoides (el famoso runner’s high) reforzó el comportamiento de correr, haciéndolo placentero y evolutivamente ventajoso.
Lo curioso es que este efecto solo aparece al correr. Cuando los investigadores hicieron que los participantes caminaran durante 30 minutos, no observaron ningún aumento en los niveles de endocanabinoides. Al contrario: caminar media hora no produce el mismo bienestar que correr ese mismo tiempo. Después de media hora de carrera, las sustancias del “runner’s high” aumentaron un 158% en humanos y un impresionante 228% en perros. ¿Has visto la felicidad de un perro corriendo libre en el parque? No es casualidad.
Eso sí, este efecto no aparece igual en todo el mundo. Las personas sedentarias o con poca forma física suelen sufrir más de lo que disfrutan al correr, porque su cuerpo aún no está preparado para generar ese subidón. Por eso es importante empezar poco a poco, dejar que el cuerpo se adapte y alcanzar ese punto donde correr se vuelve verdaderamente placentero.
En resumen, el runner’s high no es solo una sensación bonita: es un regalo evolutivo, un mecanismo que en su día nos ayudó a sobrevivir y hoy nos mantiene activos, felices y conectados con nuestra naturaleza.
Y quizá, en esta era de pantallas, redes sociales y vida sedentaria, sea más importante que nunca mantener viva esa chispa. Seguir corriendo no solo nos hace sentir bien: también mantiene viva una parte esencial de lo que somos como especie. Así que, la próxima vez que te calces las zapatillas, recuerda: estás activando un instinto milenario.