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Elogio a la inutilidad del correr

Ayer escuchaba al -gran- escritor Juan Tallón en el programa A vivir, en él, cada domingo tiene un pequeño espacio de apenas tres o cuatro minutos “La píldora de Tallón” en el que reflexiona sobre el mundo en el que vivimos, y la mayoría de veces, está muy lúcido.

Ayer trató sobre el “elogio de la inutilidad” y me quedó retumbando esa idea durante buena parte del día. ¿Y si lo que hacemos no tiene que servir para algo, sino que “solo” existiera para nosotros mismos, como acto libre, casi absurdo, incluso rebelde?

Porque, seamos sinceros: correr no es realmente “útil” en el sentido más pragmático. Sí, mejora tu salud, tu ánimo, tu estado de forma, pero rara vez genera un retorno tangible que puedas facturar, presentar ante la empresa o exhibir en LinkedIn como “ROI del entrenamiento”.

A lo sumo, una marca personal, una sonrisa en la cima de una montaña, la sensación de una zapatillas de trail bien embarradas, o unos latidos bien fuerte al cruzar la meta de alguna carrera en ruta. Pero nada que nos diga: “Esto lo hice para servir al sistema”.

Y ese parece el meollo.

En una sociedad moderna obsesionada con la productividad, la utilidad, el “qué me da esto”, tener una afición que no sirve para nada más que para sentirse bien, para alcanzar un pequeño reto personal, para vaciar un poco la cabeza, es una pequeña forma de rebeldía.

Si llevas años en esto, es posible que alguien -que no practica deporte alguno- te haya soltado: “¿Y para qué lo haces?”. Esa palabra: ¿para qué?. Y ahí estás tú, silbando al viento, con las zapatillas de correr pidiendo el relevo, y disfrutando de que la respuesta pueda ser: “Pues… para nada. O para mí.

BCTEAM
Foto: BCTEAM.club

El valor de lo inútil

Tallón comenta que hay un confort especial en lo que no cambia, en lo que no sirve a un gran plan externo, en lo que simplemente es.

Cito su ejemplo: el sketch del duo cómico Martes y Trece (referencia muy boomer que ya no pasaría muchos filtros) donde una clienta se niega a cambiar su detergente “Gabriel” por una ganga: “Gabriel es mi preferido”. “No tengo necesidad de cambiar, así que haga usted el favor de no tocarme los huevos”, decía, más o menos.

Ahí está la cuestión: hacer las cosas porque sí.

Pues bien, cuando corres, asumes tu ineficiencia consciente: te levantas para correr antes del amanecer, sudas, pasas frío, acumulas cansancio, pierdes tiempo con la familia… todo sin que eso se traduzca inmediatamente en un upgrade profesional, en más followers, en un multiplicador social.

Y eso es lo bonito: corres porque quieres, no porque ‘deberías’. Es una micro-rebelión contra el imperativo de “todo tiene que servir”.

Para poner un ejemplo mi propio ‘caso’: tengo 49 años, peso 71 kg (y bajo a 67 kg cuando afino). Mi marca en la maratón está en 2h47, uso pulsómetro en mi muñeca en todos mis entrenamientos, entreno con fatiga acumulada para llegar con suficientes kilómetros al maratón, zapatillas con placa de carbono cuando toca, etc. Puede sonar profesional, cierto y que sea un flipado, cierto.

Pero en el fondo lo hago porque lo siento, no porque tenga que “justificarlo”.

Recuerdo este mismo año que tras correr la maratón de Barcelona, Transvulcania y la Zegama. Seguia con ganas de más. ¿Me servirá esa sensación para algo? Probablemente no. Hay muchísimas posibilidades de que ya no gane nada en los años que me quedan corriendo.

Pero sentí el aire frío en los pulmones en Transvulcania, no pude escuchar mi respiración acelerada durante todos los kilómetros de Zegama por culpa del público, y eso suma más como medalla íntima que como trofeo externo.

Eso me vale. Me vale mucho.

Y no voy a negar que lo que más me gusta es que, al contarlo, mis compañeros del club BCTEAM lo entienden: que uno entrena y corre aquí y allá no por ganar nada ni porqué sea muy útil a la sociedad, cv, o por sacarle rendimiento, sino por estar con gente, por tener una comunidad afín, y por «estar vivo» en ese momento.

Esa sesión de entrenamiento grupal cerca de la playa cuando ya oscurece es un acto de resistencia suave: no se hace para un patrocinador, se hace para tener la camiseta sudada, para subir el pulso, y para la risita entre compañeros y compañeras de clubcuando te dicen que te toca una pirámide de series y no puedes más que soltar un “¿pero qué hago aquí?”. Y seguir.

Vivimos rodeados de mensajes: “Sé más eficiente”, “Gana más”, “monetiza tu pasión”. Y claro, este tipo de mensaje también se cuela en el mundillo del running gracias a las redes sociales. Pero si aceptamos que correr no tiene que ser rentable, que no tiene que dar rendimiento externo más allá de lo que tú sientas, entonces liberamos esa presión.

Y ahí aparece la poesía de la zancada. O al menos su -trágico- comedia. Abracemos la inutilidad del correr.


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