Por increíble que parezca, tu manera de morder podría estar saboteando tus entrenamientos.
No es broma: podrías estar saliendo a correr con unas zapatillas de carbono de 250 euros, un reloj con más métricas que la NASA, y aun así tener dolor de cuello, sobrecargas en la espalda o incluso lesiones musculares en las piernas… ¿y el culpable? Esa mandíbula que chirría más que tus rodillas después de una tirada larga.
Ayer mientras realizaba mi rodaje diario escuchando el podcast Ser Deportivos de la cadena SER, hablaron sobre problemas musculares que se remedian en la consulta de un… ¡dentista!
Entrevistaron al doctor Vergara y contó cómo los problemas de maloclusión dental, bruxismo o caries afectan a los deportistas de élite, y por extensión también a los y las deportistas populares.
Escucha el podcast aquí:
¿Qué tiene que ver cómo mordemos con correr?
Todo. Bueno, todo no, pero más de lo que creemos. La oclusión dental –es decir, cómo encajan tus dientes al morder– tiene un impacto directo en la postura corporal y, por tanto, en la biomecánica de tu carrera.
Una mala mordida puede alterar el equilibrio de los músculos del cuello, los hombros y la espalda, generando compensaciones musculares que, a la larga, se traducen en molestias o lesiones.
Es como construir una casa con los cimientos torcidos: por muy bonita que sea la fachada, si algo está desalineado desde la base, todo el sistema sufre.
¿Por qué ocurre esto?
La mandíbula está conectada al resto del cuerpo a través de cadenas musculares y fasciales. Si la mordida no es simétrica o genera tensión constante (por ejemplo, en casos de bruxismo o desalineación dental), esto puede activar de forma crónica ciertos grupos musculares que, en condiciones normales, deberían estar más relajados.
La consecuencia: tensión cervical, desequilibrios posturales, limitación de la movilidad, alteraciones en la pisada y, voilà, tu isquiotibial izquierdo empieza a quejarse sin que sepas por qué.

¿Y qué tiene que ver esto con mis 10K del domingo?
Mucho. Porque si llevas meses arrastrando una sobrecarga en el psoas, una molestia lumbar o una misteriosa contractura en el trapecio que ni el fisio ni el foam roller han podido solucionar, tal vez deberías pasar por la consulta del dentista.
En el podcast que comentamos, el doctor Vergara afirma que hay estudios que demuestran que una mala oclusión puede modificar el patrón de marcha y la distribución de la fuerza muscular. En resumen: que no muerdes bien, y eso te hace correr raro.
¿Cómo saber si morder mal te está jugando una mala pasada?
Algunas señales que pueden darte pistas:
- Dolor frecuente en el cuello o mandíbula tras correr
- Asimetría evidente al correr (una pierna que trabaja más que otra)
- Contracturas recurrentes en la misma zona sin causa aparente
- Dolor de cabeza o de oído tras esfuerzos largos
- Bruxismo o apretar los dientes sin darte cuenta (lo haces más de lo que crees)
¿Qué es el bruxismo (y por qué debería importarte si corres)?
El bruxismo es el acto involuntario de apretar o rechinar los dientes, especialmente durante la noche. Y aunque parece un simple tic nervioso, en realidad implica una activación muscular constante, especialmente en la mandíbula, el cuello y los hombros.
Imagina que duermes con los bíceps en tensión todas las noches: acabarías con agujetas hasta en el alma. Pues con el bruxismo pasa lo mismo, pero en músculos clave para tu postura y tu mecánica de carrera.
Y lo peor: ni te enteras. No es algo que suene, no deja moratones, no te impide subir cuestas… hasta que un día tienes una sobrecarga en el trapecio, una molestia lumbar crónica o una cadera que no termina de fluir.
Ahí empieza el calvario de visitas al fisio, plantillas, cambios de zapatillas, sesiones de core… y nadie mira hacia arriba. Nadie sospecha de esa mandíbula que lleva años trabajando horas extra.
¿Qué se puede hacer?
Lo primero: consulta con un dentista especializado o un fisioterapeuta con conocimientos en ATM (articulación temporomandibular).
Tal vez necesites una férula de descarga o incluso algún tipo de corrección postural.
Lo segundo: empieza a prestar atención a tu cuerpo como un sistema completo 360º, no como un conjunto de piezas independientes.
Correr bien no es solo cuestión de tener buena técnica, sino de tener un cuerpo alineado… desde la mandíbula hasta el tobillo.