Cuando Jacob Kiplimo destrozó el récord mundial de media maratón en Barcelona, no solo reescribió la historia de las prueba con una impresionante marca de 56:42 (a 2:41/km) consolidándose como el gran ‘jefe’ del atletismo en ruta, sino que también confirmó algo que su antiguo entrenador, el italiano Giuseppe Giambrone, ya sabía desde hacía casi una década: que este joven ugandés estaba destinado a hacer historia.
Así, su debut en maratón, programado para este 27 de abril en Londres, no es una incógnita, es una consecuencia. Un paso inevitable para un corredor que, con solo 15 años, ya dejaba atrás a atletas consagrados en las montañas de la Toscana.
Y es que para entender a Kiplimo hay que remontarse a su adolescencia, a las laderas del Monte Elgon, en Uganda, como explica George Mallett en Athletics Weekly. En el distrito de Kween, el entrenador Giambrone encontró lo que no esperaba: una familia entera con potencial atlético. En total cuatro hermanos de los veintiocho que son. Cuatro promesas, entre ellos el vigente campéon del mundo de maratón en Budapest, Victor Kiplangat, entre otros. También, un chaval menudo, tímido y con una zancada que aún no era la más poderosa… pero sí la más eficiente.
El laboratorio toscano y la metamorfosis de Kiplimo
En 2015, Giambrone volvió a Italia con tres de ellos. El cuarto, Jacob, era aún muy joven y lo seguiría poco después. Lo que sucedió a partir de entonces fue el principio de una metamorfosis.
Lejos del bullicio de los grandes centros de entrenamiento, en una villa del siglo XVII cerca de Siena, Giambrone disponía de un ecosistema de alto rendimiento. Había ciencia, pero también intuición. Médicos y análisis de lactato, sí, pero sobre todo observación. El entorno era exigente: montañas similares a las de Uganda, caminos difíciles, calor, pocas comodidades.
Y fue allí, en 2016, donde Kiplimo empezó a volar durante un año de entrenamiento.
En uno de sus entrenos favoritos —una carrera progresiva de una hora por caminos—, el joven terminó corriendo los últimos dos kilómetros cuesta arriba a ritmo de 3:01/km. Un ritmo que en condiciones llanas equivaldría a 2:40. Un tiempo de élite mundial…con apenas 15 años.
Cuando le midieron el lactato después del esfuerzo, la cifra fue de 1,9 mmol/l. Para los no iniciados, eso equivale a decir que ni siquiera había entrado en fatiga. Era como si su cuerpo se negara a entender que aquello era inhumano. Tal como se describe, su motor interno, como si fuera de otro planeta, funcionaba con una eficiencia que no se puede fabricar, prediciendo por parte de su antiguo entrenador que que estaba llamado a bajar de las 2 horas en maratón ya que podria haber cubierto más de una media maratón en ese tiempo (60 minutos), a los 15 años, y sin la ayuda de zapatillas de carbono.
Algo torpe corriendo en la pista, sin un final demoledor que le impide brillar en las grandes competiciones, su capacidad de gestionar el esfuerzo y mantener la velocidad durante distancias largas es sobresaliente. Si lo extrapolamos a la distancia del maratón, la posibilidad de que Kiplimo pueda mantener un ritmo cercano al récord mundial de 2:00:35 (2:51/km) —establecido por Kelvin Kiptum en 2023— no sería ninguna sorpresa. Solo faltaba poner la fecha, y Londres ha reservado la primera fila. No es una predicción. Es una consecuencia lógica.
Porque Kiplimo no es un velocista que sube de distancia. Es un fondista por naturaleza. Un atleta que creció en altitud, que maduró y entrenó (casi siempre), a la sombra de otro más reconocido como Chepteguei. Pero que cuando se pone en marcha, no necesita explicaciones: simplemente corre más que nadie.
¿Puede ganar en Londres? Más bien, la pregunta correcta sería: ¿cuánto tiempo tardará en dominar la maratón y batir el WR? Poco, porque Jacob Kiplimo no es un debutante cualquiera. Es la prueba viviente de que el supertalento, cuando encuentra el entorno adecuado, no necesita grandes promesas. Solo tiempo.