Correr no es postureo, ni crisis de los 40; es proceso, comunidad y salud.
Llevo 30 años corriendo. Treinta. En esas tres décadas he visto pasar modas (del natural running al maximalismo), foams milagrosos, carreras capaces de llenar miles de plazas en pocas horas (y las mismas carreras no llenar ni en la última semana), pero, sobre todo, algo que se repite -a pesar de las modas- año tras año: un sinfín de artículos que miran al corredor con suficiencia: que si escapismo, que si postureo, que si “la crisis de los 40”.
El último en la lista llega con un titular comodín “La ultra pirineu de las crisis personales” y líneas que ridiculizan un poco a quienes tomamos la salida en un maratón de montaña.
No es la intención -ni mucho menos- de ser un “ofendidito” pero más allá de este artículo que pretende bromear -con más o menos gracias, el mensaje que se lee entre líneas a través de los años y de los numerosos artículos (de autores que no se han calzado prácticamente nunca unas zapatillas) es claro: correr es una excentricidad de gente perdida que busca, en el monte o en el asfalto, lo que no encuentra en su vida.
Y no: esa caricatura no nos define.
El viejo guion del “runner en crisis”
El cliché vende porque es cómodo. Escribir que alguien afronta una ultra o un maratón por una “crisis personal” exige menos trabajo que escuchar, preguntar y sobretodo, entender.
Es un relato prefabricado: pones un dorsal, añades un vacío existencial y horneas un artículo que sale siempre igual.
Pero los y las que entrenamos durante semanas (meses, años) para llegar vivos al kilómetro 35 de una maratón, no estamos en crisis; al revés, estamos centrados en cuidarnos.
Sí, planificamos, madrugamos, aprendemos a comer y a recuperarnos, convivimos con la incertidumbre, ajustamos expectativas.
A veces abandonamos -sí-, y justamente ahí se revela el carácter: aceptar un fracaso, levantarse sin drama y volver a entrenar. ¿Eso es una crisis o una madurez que otras disciplinas de la vida apenas enseñan?.

Banalizar el esfuerzo
La frase típica que he leído muchísimas veces rollo “un señor mayor disfrazado de señor mayor vestido de Kilian” dice más del autor que del retratado. No es solo condescendencia; demuestra un poquitín de ignorancia al trabajo invisible:
- Horas de fuerza y movilidad para protegerse de lesiones.
- Gestión del descanso y de la vida familiar para encajar tiradas largas.
- Aprender nutrición y material, no por capricho, sino para no ponerse en riesgo a 2.300 metros.
- Respetar la montaña, el entorno y su meteorología.
Banalizar todo eso porque el color del chaleco o ver a un hombre adulto en mallas te parece gracioso es quedarse muy, pero que muy en la superficie de lo que estás viendo como espectador.
El correr como vacuna “anti-crisis”
El artículo sugiere que corremos “por” una crisis.
Permitidme la inversión: ¿y si corremos para no entrar en ella? Hay una diferencia sustantiva entre huir y cuidar.
Correr es higiene mental, es estructura, es comunidad (de runners). La rutina de entrenar no es un agujero en el que caer, sino una escalera por la que subir, peldaño a peldaño, cuando la vida aprieta.
Quien se compromete con un maratón rara vez busca epatar a nadie: busca orden. Y, a menudo, lo encuentra.
Porque una maratón de montaña te obliga a estar presente: o atiendes a yu zancada, al terreno, a tu respiración… o la montaña te baja los humos. No hay terapia más honesta que un sendero técnico con el pulso alto y la mente enfocada.

Lo mismo si lo trasladamos a un maratón de asfalto. Como dice uno de nuestros entrenadores de running: “el asfalto pone a cada uno en su lugar”. Si has estado enfocado durante el entrenamiento diario, el día de la carrera las cosas saldrán. Esto es justamente lo contrario de estar en crisis.
No somos -ni mucho menos- héroes ni mártires, pero tampoco payasos de una sátira urbana que se repite continuamente a través de los años.
Somos gente normal con una afición exigente que nos vuelve, paradójicamente, menos extremos: dormimos mejor, bebemos menos, comemos mejor, nos retamos. ¿De verdad eso suena a “crisis”?
Ni todo es “superación”, ni todo es ridículo. Entre ambos extremos existe un territorio interesante: el de la práctica sostenida, el del compromiso razonable con un deporte que mejora vidas.
Sí, hay egos y medallitis —como en todas partes—, pero también hay amistades que duran años, hábitos saludables, gente que dejó de fumar porque empezó a correr, personas que encontraron un nosotros en un club de running de barrio o en un grupo que sale a correr bien temprano.
En ese terreno medio -el menos viral- pasan las cosas importantes. Y casi nunca caben en un artículo con frases ingeniosas.
Una invitación (de verdad)
Si el autor de este tipo de artículos quiere entender por qué seguimos saliendo cuando llueve, por qué repetimos una serie después de una pájara, por qué en el km 38 de un maratón de te prometes que nunca más… y a la semana (o menos) miras el calendario… le invito a venir y a entrenar un día sin ningún compromiso.
No a disfrazarse de nada; a entrenar.
A escuchar a quienes llevan años -treinta, en mi caso pero es exactamente igual si solo son muy pocos.— probando, fallando y aprendiendo.
Quizá entonces descubra que correr no arregla la vida, pero la ordena; no cura todo, pero ayuda mucho; no evita las crisis, pero nos pilla mejor preparados si llegan.
 
			 
		

















































