Las autoridades medioambientales de varios parques naturales en E.E.U.U. están pidiendo que se deshagan los famosos montículos de piedras, también conocidos como cairns o hitos, que muchos excursionistas o corredores levantan para marcar el camino o como recuerdo simbólico de su paso (previo foto en Instagram).
¿La razón? Por muy inofensivos que parezcan, resulta que estos montículos alteran el equilibrio ecológico del entorno.
Retirar piedras del suelo deja expuesta la tierra, favorece la erosión y modifica micro-hábitats esenciales para insectos, líquenes o pequeñas plantas.
Además, cuando se multiplican, confunden las rutas oficiales y pueden poner en riesgo la seguridad de quienes se orientan por señales homologadas (no todo el mundo sigue el track descargado en el reloj).
Desde nuestro punto de vista como corredores y corredoras de montaña, esto debería hacernos reflexionar un poco.
Nosotros, que disfrutamos de la libertad ‘salvaje’ de los senderos, y que celebramos cada zancada en la naturaleza como una forma de desconexión y reencuentro, tenemos una responsabilidad mayor: pasar sin dejar rastro.
La montaña no necesita que dejemos marca. No requiere que apilemos piedras para demostrar que estuvimos allí.
Nuestra huella debería ser efímera, casi invisible.
Que cuando otra persona pase por ese mismo sendero días después, no pueda saber si por allí corrió alguien o no. Y eso es, en el fondo, lo más hermoso de este deporte.
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No se trata de correr más despacio ni de dejar de disfrutar. Se trata de hacerlo con respeto, con conciencia. De seguir la trazada sin inventar muchos atajos. De evitar correr fuera del sendero para no erosionar terrenos en según que lugares.
Y sobretodo, algo que da mucha rabia y que parece increíble que siga pasando. No tirar envoltorios de barritas o geles por dios, pero también no mover piedras, o no ponerse a construir rollo Minecraft donde no hace falta.
En tiempos en los que las montañas reciben cada vez más visitas, el minimalismo ambiental no es una moda, es una necesidad. Y para que nuestras hijas, nuestros nietos o quien venga detrás puedan seguir sintiendo esa emoción de correr en la naturaleza, debemos aportar nuestro grano de arena para no ‘decorarlo’, o tocar lo que funciona solo, sin nosotros.
Así que la próxima vez que veas un montículo de piedras fuera de lugar, quizá valga la pena desmontarlo.
No por rebeldía, sino por amor a la montaña. Porque respetar la montaña no es rendirle culto con piedras, sino correrla como quien pisa un templo: en silencio, sin dejar rastro, agradeciendo cada paso.