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El maratoniano al que ahora escuchan 300 niños y niñas

Uno de nuestros grandes maratonianos en la sombra ha sido Iván Fernández Anaya (36 años): una fábrica de valores que este mes anunció su retirada. 

No fue mediático. Fue un tipo silencioso o quizás un obrero del atletismo que perfectamente podía haber tenido más suerte. Unos días después de bajar de 2 horas y 10 minutos en maratón (que entonces era una marca de prestigio) llegó el confinamiento y apenas  pudo explotar esa marca. Si no fue mala suerte lo pareció. Pero jamás se le escuchó protestar.

Desde entonces han pasado casi cinco años. El pasado 2 de diciembre Ivan Fernandez Anaya (Vitoria, 1988) anunciaba que lo deja. “Digo adiós a un lugar en el que he sido muy feliz”. Y, aunque no se va del todo, se va. “Seguiré corriendo con ilusión y con una sonrisa”.

Y hoy quería despedir a Iván,  a quien siempre recordaré como una de las entrevistas que hice en la pandemia cuando estábamos encerrados en casa. El destino le había impedido rentabilizar su marca en el maratón de Sevilla. Pero él se consideraba un afortunado porque “no he perdido a ninguno de los míos y sé que ha sido muy duro”, me dijo. “Veo llegar todos los días de trabajar en el hospital a mi mujer que es enfermera y que está terminando medicina”.

Las circunstancias también lo propiciaron. Pero creo que aquella fue una entrevista a corazón abierto, retrato de tantos y tantos atletas en esta profesion tan vocacional. Iván me contó que se había tirado cinco años para bajar de 2 horas 10 minutos en maratón. Y en el tránsito estuvo a punto de dejar el atletismo. Y, si no hubiese sido por la ayuda de un psicólogo, lo hubiese dejado y tal vez nunca hubiese bajado de esas 2 horas y 10 minutos.

-Había enviado un mensaje a mi equipo de entrenamiento en el que les decía, ‘dejo indefinidamente el atletismo’, porque estaba cansado de que las cosas no saliesen.

Pero, al final, la paciencia pudo más. Y llegó ese día y ese maratón en Sevilla en el que lo más bonito sucedió una vez que ya había acabado todo.

-Jamás olvidaré en la meta cuando ya habíamos pasado toda la publicidad y mi mujer me dijo ‘mira, mira detrás de la valla’ y allí estaban mi familia y mis amigos saltando de alegría por culpa de la marca que yo había hecho. Me acerqué un poco más y vi que estaban llorando de felicidad, con lágrimas en los ojos y gritando ‘lo has hecho, lo has hecho’. Fue muy emotivo.

Hoy reproduzo párrafos textuales de esa entrevista porque relacionan éxito y esfuerzo, sin miedo a equivocarse. “¿De qué me voy a quejar?”, se preguntaba Iván. “Quejarse se podría quejar la generación de mis padres que se pasaban todo el día trabajando. Pero yo no puedo quejarme. Por eso me gusta escuchar tanto a la gente mayor porque me ayuda a poner los pies en el suelo. Me gusta que me cuenten sus batallas porque me hacen entender que, pese a las dificultades del atletismo, yo soy un privilegiado”.

Así ha sido su despedida: un bello relato en el que triunfan los buenos recuerdos. “Me llevo amistades para toda la vida y el calor de la gente que me aplaudía incondicionalmente”.

Y esos son valores: los mismos valores que le procuraron el aplauso del mundo entero en aquel cross de Burlada de hace doce años cuando el periodismo se rindió de admiración ante él y lo reprodujo así:

-El atleta keniano, Abel Mutai, medalla de oro de los 3.000 obstáculos en los JJOO, iba a ganar cuando, al entrar en una pista donde estaba la meta se creyó que ya había llegado , aflojó totalmente el paso y comenzó a saludar al público creyendo vencedor. Iván Fernández Anaya, al ver que se equivocaba y se paraba una decena de metros antes de la pancarta, no quiso aprovechar la ocasión para acelerar y ganar. Se quedó a su espalda, y gesticulando para que la entendiera y casi empujándolo, llevó al keniano hasta la meta.

Fue tan bello que doce años después aquel acto aún sigue vivo en nuestra memoria. A todos nos hubiese gustado ser capaces de hacer lo que hizo él.  Pero no era fácil resistir a la tentación.  Por eso hoy también he querido escribir de él  y compartir estos recuerdos en los que las 2 horas 9 minutos y 55 segundos siempre figurarán en portada.

-Al ver las marcas de los atletas españoles en Valencia hubo quien dijo, ‘que difícil te lo han puesto en Sevilla’, y yo les contesté ‘tranquilos, hay posibilidades’ -me contó-. De hecho, escribí en el cuaderno de los apuntes la marca que iba a hacer: 2h09:57. Me equivoqué solo en 2 segundos.

Así que Iván no sólo tuvo valores. También ojo clínico en un deporte que se engrandece gracias a tipos como él, capaz de demostrar que la conciencia de uno mismo vale más que un millón de dólares.

Hoy, 300 niños y niñas de Vitoria, en la escuela de El Prado, escuchan a diario a este hombre como profesor, como adulto y como hermano mayor. Sus padres han elegido bien. Han elegido a Iván Fernández Anaya, cuya misión ahora es compartir su experiencia.

-La vida se divide en tres etapas. Hasta los 30 para aprender. De los 30 a los 60 para aplicar lo aprendido. Y de los 60 a los 90 para disfrutar de lo aprendido -me dijo el otro día Gregorio Parra, que fue la voz del atletismo durante décadas en TVE.

Y en este último artículo aqui, en La Bolsa del Corredor,  quería compartirlo.

Para Iván y para todos los que habéis llegado hasta esta última línea como si fuese la pancarta de meta.  Un abrazo muy fuerte y Feliz Navidad a todos.


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