Es innegable la exigencia de una prueba como el maratón, con sus 42 kilómetros y esos 195 metros de propina y gloria. Jamás lo sufrí en mis carnes, no soy un finisher y no sé si alguna vez lo seré porque hablo otro lenguaje atlético. Sin embargo desde pequeño vengo observando los black mondays (o lunes negros para los anglofóbicos) de mi padre; domingo de maratón y lunes de “resaca” en el que mi progenitor se levantaba (ahora que se acerca la Semana Santa) como el Cristo de la buena muerte, y no porque se levantara obrando milagros sino porque parecía que era de madera y que lo habían clavado en la cama.
Mi respeto y felicitación a todos los que acaban un maratón, y en especial a los que lo han hecho este domingo en la de Barcelona, musa de esta ilustración. Que espantéis muchos pájaros durante esta semana.
Ya decía yo que últimamente se veía el cielo mas cubierto de lo normal…