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¿Genética o entorno? El secreto de los corredores de élite contado con el ejemplo de dos gemelos

Imaginemos esta historia.

Dos gemelos nacen el mismo día en una aldea de Kenia. Comparten la misma genética, el mismo punto de partida. Pero sus caminos se separan muy pronto, como en la película “Tú a Boston y yo a California”. Uno permanece en su país natal, creciendo en las tierras altas a 2.400 metros de altitud. El otro se traslada con a España, donde pasará la infancia y la juventud.

Veinte años después, los dos deciden enfrentarse en una maratón. La pregunta es inevitable: ¿quién ganará?

La genética es idéntica, pero el entorno ha sido radicalmente distinto. Y aquí es donde entran en juego los factores que, tal como nos explicaba el investigador Jordan Santos en esta entrevista, marcan la diferencia en el rendimiento de los corredores de élite.

1. Infancia y desarrollo aeróbico

En Kenia, moverse significa correr o caminar largas distancias desde muy pequeños: la escuela puede estar a 5 o 6 kilómetros del hogar, lo que implica recorrer entre 8 y 12 km diarios de manera natural. Esa actividad constante es un estímulo aeróbico precoz. A los 15 años, un adolescente keniano puede tener un VO₂ máx superior a 65 ml/kg/min, una base fisiológica excepcional para la resistencia.

En cambio, el gemelo que creció en España probablemente se desplazó en coche o autobús. Su actividad física diaria fue menor y, aunque pueda haber practicado deporte, el estímulo aeróbico acumulado no es comparable. El resultado es un VO₂ máx medio de 45-50 ml/kg/min a los 15 años. La diferencia inicial es clara.


2. La altitud como aliada invisible

El segundo gran factor es la altitud. Vivir y entrenar a 2.400 metros implica que el oxígeno en el aire es un 25% menor que al nivel del mar. El cuerpo, para compensarlo, aumenta de manera natural la producción de glóbulos rojos y la densidad capilar muscular.

Esto hace que un keniano tenga un hematocrito en torno al 45-50% de forma fisiológica. En cambio, en España, a nivel del mar o en altitudes bajas, el hematocrito rara vez supera el 42-45%. Esa diferencia se traduce en una mayor capacidad de transporte de oxígeno en carrera, algo crucial en pruebas de fondo.


3. Técnica de carrera y eficiencia biomecánica

El tercer punto es la biomecánica. Los niños kenianos crecen corriendo descalzos o con calzado mínimo. Esto favorece una pisada más reactiva, con tiempos de contacto en el suelo inferiores a 190 ms, una cadencia natural de 180-190 pasos por minuto y una oscilación vertical de menos de 8 cm.

En España, el uso temprano de zapatillas amortiguadas cambia la pisada, haciéndola menos eficiente. Los tiempos de contacto son superiores a 220 ms y la oscilación vertical mayor, lo que aumenta el gasto energético por kilómetro. El coste metabólico de cada zancada se dispara, aunque la diferencia no sea visible a simple vista.


4. Composición corporal y relación potencia-peso

La composición corporal es otro factor decisivo. Un corredor keniano de élite suele tener un IMC entre 18 y 19, con menos del 7% de grasa corporal. La musculatura está optimizada para la resistencia, con fibras delgadas, potentes y eficientes.

En España, incluso un corredor aficionado bien entrenado tendrá un IMC entre 21 y 22, con un porcentaje de grasa del 12-14%. Ese peso extra es determinante: se calcula que cada kilo adicional de peso corporal aumenta el consumo de oxígeno en 0,9 ml/kg/min a una misma velocidad. La relación potencia-peso se convierte en una barrera invisible difícil de superar.


5. Mentalidad y percepción del esfuerzo

Más allá de lo físico, está lo mental. En Kenia, desde la infancia, se convive con un volumen de entrenamiento altísimo y con una competitividad feroz en los entrenamientos en grupo. Eso moldea una percepción distinta del esfuerzo y una capacidad para tolerar el sufrimiento muy superior.

Los datos lo reflejan: el umbral de lactato en corredores kenianos se sitúa en el 85-90% de la frecuencia cardíaca máxima, mientras que en corredores occidentales suele estar en el 80-85%. Un detalle que puede parecer pequeño, pero que en una maratón significa sostener un ritmo varios segundos más rápido por kilómetro durante más de dos horas.


El resultado: ¿quién gana la maratón?

Con todo lo anterior, el gemelo que permaneció en Kenia llega con una ventaja clara: mejor VO₂ máx, mayor hematocrito, técnica más eficiente, composición corporal más ligera y una mentalidad endurecida. El entorno ha amplificado lo que la genética ya ofrecía.

¿Significa esto que un español no puede alcanzar ese nivel? No necesariamente. Pero requiere replicar, consciente y artificialmente, lo que en Kenia se da de forma natural: años de entrenamiento en altitud, trabajo específico de técnica de carrera, control del peso corporal y una adaptación progresiva a volúmenes muy altos de entrenamiento.

Como explica Jordan Santos, la genética ayuda, pero es el entorno el que la convierte en excelencia o en un talento desaprovechado.

Genética vs entrenamiento: el debate eterno

La historia de los gemelos ilustra la eterna pregunta en el deporte de resistencia: ¿qué pesa más, la genética o el entrenamiento?

La respuesta es que ambos son inseparables. La genética marca los límites potenciales, pero el entorno y la cultura del esfuerzo determinan si esos límites se alcanzan. En Kenia y Etiopía, millones de niños comparten genes similares, pero solo unos pocos llegan a la élite. Lo que los diferencia es la suma de su contexto: altitud, estilo de vida, mentalidad y oportunidad. En cambio, en países occidentales, aunque exista talento genético, el entorno rara vez lo potencia desde la infancia.

Si los gemelos se enfrentaran en la maratón, el keniano tendría todas las papeletas para ganar. No por ser “mejor” de nacimiento, sino porque su entorno, su cultura y sus condiciones vitales han moldeado su genética hacia la excelencia atlética.


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